Sunday, May 6, 2012

Los dictadores, sus crímenes y sus justificaciones

Los crímenes de Videla y los mecanismos de justificación: nada diferentes de los usados en Chile... Sólo que en Chile los dictadores parecen morir en su cama y sus grandes asociados en sus crímenes, siguen millonarios y sin juzgar.


Las justificaciones que ofrecen los dictadores son siempre muy similares. Le echan la culpa a alguien. En vida activa, cuando directamente ellos cometen los crímenes, victimizan a las víctimas, quienes ven sus derechos violados son los bandidos, los terroristas y asesinos"...El sistema de lucro los libera de culpas porque les sirven en su tarea de destruir cualquier razgo de equidad y democracia que la sociedad pueda tener. Luego, si han sido juzgados, terminan justificando que su santo dios es el que los guiaba en sus crímenes y, por lo tanto ellos son piadosos, obedeciendo a una justicia divina que sólo ellos pueden .

Mientras no exista un proceso de justicia real, confiable, sin compromisos como los que conocemos, no puede haber paz, reconciliación y, por no reconocer los verdaderos crímenes, no tendrán reparación. La democracia no es algo que se acomoda, como lo hacen las sociedades que justifican la tortura y sus crímenes. O se respetan los derechos siempre, de modo sistemático o se los está violando. No se puede ser "un poquito justo" y con eso "salvarse"...

Los crímenes de lesa humanidad no son aceptable por ninguna razón, jamás. Ni para los criminales de Argentina ni para los chilenos. Los encubridores - y vaya que tenemos muchos de esos en Chile, son tan criminales como aquellos a los que protegen. Especialmente porque profitaron de esos crímenes. La sociedad chilena debe resolver esta situación: las fortunas mal habidas deben ser puestas en juicio y la reparación de los abusados deberá entrar jugar un papel importante en la obtención de una verdadera paz social.

Este mural de José Venturelli Eade (1924-1988), "América, no invoco tu nombre en vano" es parte de las ilustraciones de Canto General de Pablo Neruda. Refleja un momento en que las luchas en América Latina enfrentaban el comienzo del fin -aún largo y todavía lejano pero no imposible de hacerse completamente- de las dictaduras y del abuso que en esta región mantenía el imperio. Durante los años de la dictadura militar en Chile, el mural fue "mantenido fuera de circulación", escondido (y quizás si protegido de ser destruído) por representar un grito de libertad y por la justicia. Las dictaduras nunca son amigas del arte, mucho menos de ese arte que expresa el respeto por el futuro de los pueblos. El mural sobrevivió y está de vuelta en la Librería de la Universidad de Chile. El artista fue un defensor de los derechos humanos a nivel mundial. (Nota de J venturelli B)

Videla y su Dios de la Muerte  http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-193426-2012-05-06.html


 Por Luis Miguel Baronetto *
A los 86 años, cuando se le acerca el final, Videla, católico de estilo medieval, apela a la magia de su religión para confesar sus crímenes.
“Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace”, ha declarado este ex general, condenado a prisión perpetua por tantos asesinatos nunca reconocidos. La religión le tolera exculparse descargando sus crímenes en su dios. El infantilismo al que lo somete esa religión le sirve para ampararse en la fatalidad divina. Un destino fatal que ofende su propia dignidad porque niega la libertad humana y la consecuente responsabilidad de los actos que cada uno debe asumir, si no ha perdido la razón y cree en el Dios de la Biblia. Está claro que Videla no cree en ese Dios. Su dios es el que le predicaron los vicarios castrenses. Es el dios de la muerte. Un dios justificador de los baños de sangre “para redimir la Nación”, como alentaba Mons. Bonamín. Un dios defensor de un orden “occidental y cristiano”, es decir que no es para todos, sino achicado a la propia y egoísta necesidad del desorden establecido por minorías poderosas causante de las injusticias sociales. El dios de Videla es el que salva matando, “unos siete u ocho mil”, según sus dichos, como si se tratara de ladrillos o postes. Muy lejos del Dios de la Biblia bondadoso, respetuoso de la libertad del ser humano y lleno de misericordia, que libera a los cautivos (Lc.4, 18), derriba a los poderosos de sus tronos y sacia el hambre de los pobres. (Lc.1, 52).
Tan cobarde el ex general que reconociendo los crímenes, los oculta. “Cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de la muerte”, dijo. Si no conociéramos los mecanismos del terrorismo de estado que gracias a los juicios han sido develados, podríamos sospechar de alguna enfermedad mental, que lo haría inimputable. Pero, este asesino aplaudido como presidente de la nación por muchos que ahora lo niegan, se refugia en un lenguaje mentiroso, tratando de autoengañarse a la hora de la verdad, que no podrá ocultar, por más que pretenda creerse elegido desde la eternidad para cometer sus crímenes. “Yo acepto la voluntad de dios. Creo que dios nunca me soltó la mano.” Tampoco se la soltaron algunos de sus más jerarquizados representantes en la tierra. Según ha declarado este mismo Videla como imputado y procesado en el asesinato de Mons. Enrique Angelelli, fue el Nuncio Apostólico Pio Laghi quien “sin hesitar, me respondió: Presidente, la Iglesia tiene asumido que el fallecimiento de Mons. Angelelli fue producto (sic) por un accidente; Ud. puede dormir tranquilo respecto de este asunto.”
Si es cierto que la cobardía es prima hermana de la soberbia, Videla es buen defensor de la familia. En un soberbio delirio mesiánico, cumple con el destino señalado por la voluntad de su dios. Pero este dios, según la cobarde teología de Videla, lo quiere siempre como infante de pantalones cortos. Por eso necesita que no le suelte la mano. Y si alguna duda tenía, para evacuarla estaban personajes tan jerarquizados como Pio Laghi, que lo acunaba para que pudiera dormir tranquilo.
Todo lo contrario al Mesías de la Biblia, que terminó torturado y crucificado. Más aún, quejándose por el abandono de Dios: “Eloí, Eloí, ¿lamá sabactaní?...¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mc.15, 34).
Por más ataque de misticismo que padezca al acercársele la hora inexorable, Videla no será perdonado ni por su dios. Porque según el catecismo más antiguo para merecerlo hace falta examinar la conciencia, reconocer la culpa, dolerse del pecado y proponerse enmendarlo. En vez de todo esto, el infante Videla optó por culpar a su dios, que según se deduce de sus propias palabras es el dios de la muerte. Nada que ver con el Dios de la Biblia que dice: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. (Jn.10, 10).
* Director de la Revista Tiempo Latinoamericano. Querellante en la causa por el homicidio de monseñor Angelelli.

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