Este artículo de Steve Rennie, reproducido por The Canadian Press y divulgado en español por Rebelión vale la pena ser mirado críticamente. Mientras el gobierno conservador actual, de corte ultra-derechista, que se preocupa de participar en los ataques y bombardeos contra el los países árabes y en pro de las economías basadas en el lucro, control del petróleo o riquezas mineras, ha ido mostrando una regresión en los derechos humanos de los pueblos originarios y de los sectores modestos del país. La compra y venta de armamentos es gigantesca y la deuda interna - (que en Canadá es superior a los 700 mil millones de dólares! y seguimos contando)- se intenta "resolver" para apoyar a los bancos y sectores financieros es cobrada a los más modestos con salarios que disminuyen y una cesantía que se esconde. Educación, salud y seguridad social en Canadá se van empeorando a diario para que los bancos sigan lucrando. Los bancos y su gigantescas ganancias son prioritarias en el mundo, como lo vemos con las economías especulativas del Tercer Mundo. Ejemplos de las colusiones que apoyan estas situaciones vergonzosas de los países "ricos" son los ataques a Venezuela donde el imperio americano trata de generar un golpe Estado (muy "a la chilena y con maniobras similares a las de los EEUU en 1973). Lacayos como Piñera de Chile y Calderón -alcohólico y gran patrocinador de una masacre en México durante todos su sexenio presidencial van en su apoyo. Esto ha sido seguido en México por una situación aún peor, con asesinatos masivos y desapariciones en la guerra patrocinada por quienes se benefician de las drogas: EEUU y los sectores narcos con los modelos del estilo represivo chilenos y que mantienen economías de lucro y exclusión. La generalización de la exclusión, cesantía específica de sectores indígenas deben ser considerados como males provocados por la economía actual.
La crisis en Europa, que se denuncia más fuertemente en Gracia y España no es sino otra expresión del mismo proceso brutal de explotación de las economías financieras y especulativas. De granero del mundo y país solidario con otros pueblos, Canadá a pasado a ser una triste evidencia que facilita la sobre-explotación de sus pueblos y de aquellos donde Canadá entra en fuerza para la sobre explotación minera, asociándose con gobiernos lacayos y represivos.
Hambre en el norte de Canadá
El costo de los alimentos avergüenza al Lejano Norte
The Canadian Press
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García |
Estamos en Iqaluit, Nunavut. Israel Mablick abre la puerta de su refrigerador y nos muestra su magro contenido. “Esto es todo lo que tenemos para comer”, dice señalando los estantes vacíos. En el segundo estante, al lado de un tubo de margarina y un par de rebanadas de pan, hay un pequeño frasco de carne de foca que ha quedado. Hay zumo, una bolsa de leche, algo de agua y un cartón de huevos, además de algunos condimentos y una bolsa pequeña de queso rallado.
ESTE ES EL ARTICULO ORIGINAL DE STEVE RENNIE, en inglés.
Steve Rennie, The Canadian Press
Published Friday, January 23, 2015 8:17AM EST
Last Updated Friday, January 23, 2015 10:09AM EST
En el congelador hay unas pocas bolsas de vegetales congelados junto a un cartón de helados Chapman. En uno de los armarios, lo único que hay son dos bolsas de cereal –palomitas (pochoclo) y copos de maíz–. “Esto es todo lo que tenemos”, dice Mabick, “y en la casa hay seis niños”.
El inuit de 36 años comparte con su esposa y cinco hijos, su madre, con su hermana y el hijo pequeño de ella, un pequeño apartamento de dos dormitorios en Iqaluit, en la isla de Baffin, Canadá. Su cara es la del hambre en Nunavut; los armarios y el refrigerador vacíos son el emblema de un problema de larga duración al que hasta ahora los programas del gobierno no le han encontrado solución.
El subsidio alimentario de gobierno federal, Nutrition North –60 millones de dólares–, es solo la última de las últimas soluciones propuestas, que anda a los trompicones debido a la mala administración y la vastedad del problema del hambre.
Nadie puede conjeturar si se encontrará o no una solución. Después de todo, la escasez de comida no es nada nuevo para el pueblo inuit.
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“Siempre ha habido episodios de inanición”, nos dijo Frank Tester, historiador del Ártico de la Universidad de British Columbia.
Uno de los peores episodios ocurrió al final de los cuarenta y principios de los cincuenta, cuando un cambio en las pautas migratorias del caribú provocó una extendida hambruna en el interior de la sureña región de Kivalliq al oeste de la bahía de Hudson.
El colapso del comercio de la piel de zorro después de la Segunda Guerra Mundial fue algo devastador para los inuit, que descansaban en él como fuente de ingresos para la compra de harina, té, azúcar, trampas de caza, rifles y munición.
“Desde el punto de vista de la economía, los inuit están ahora en un serio problema”, dijo Tester. Algunos inuit fueron trasladados a lugares de Norte que cuentan con recursos naturales más abundantes. “Los inuit fueron llevados a otros sitios. El argumento fue ‘Bueno, ya lo sabéis, ¡qué diablos! Ellos pueden vivir en cualquier lugar donde haya nieve y renos salvajes y zorros para cazar’”, dice Tester, quien ha estudiado y escrito sobre los reasentamientos.
Pero esos reasentamientos han sido materia de polémica. En los noventa, hubo una comisión real. Eventualmente, Otawa estuvo de acuerdo con pagar 10 millones de dólares a un fondo de inversiones para compensar a las familias inuit que en los cincuenta habían sido reasentadas a 2.000 kilómetros de su lugar de origen, Inukjuak, en la parte norte de Quebec, a lo que hoy día son Resolute y Grise, las dos comunidades más septentrionales de Canadá. En 2010, el entonces ministro de asuntos aborígenes, John Duncan, pidió perdón en nombre del gobierno por los traslados de Inukjuak.
Pero el hecho de que Canadá tuviera a civiles viviendo en una zona hasta entonces deshabitada reforzaba la soberanía canadiense en un momento en el que otros países –especialmente Estados Unidos– estaban mostrando un interés cada vez mayor por ella como un frente posible de la Guerra Fría con la Unión Soviética.
Para controlar la frontera norte del continente, Canadá y EEUU construyeron 63 estaciones de radar en el Ártico, en un arco que se extiende desde Alaska hasta la isla de Baffin. Los sitios de la línea de alerta temprana tuvieron impacto importante en la sociedad del Norte. Las estaciones de radar –y los sureños que las atendían– fueron a veces el primer contacto que el pueblo inuit tenía con el mundo exterior.
Un cambio en la política gubernamental en los cincuenta y los sesenta provocó una perturbación en “el modo tradicional de vida de los inuit”, dijo Tester. “Hacia mitad de los cincuenta, el gobierno lo dejó bien en claro”, afirmó, “que los inuit debían ser modernizados en lugar de dejarlos en su estilo tradicional de vida”.
De este modo, empezó el gran cambio del modo de vivir tradicional del inuit. Tener un empleo significaba que había una presión para que los trabajadores tuvieran un ingreso fijo para mantener a su familia. Esto dificultó la caza, ya que la gente tenía que viajar muy lejos de su comunidad para encontrar una presa. No poder cazar quería decir que el inuit debía comprar lo que comía, ya fuera en las tiendas de comestibles o a cazadores del lugar.
La comida siempre ha sido cara en el Norte. La población es relativamente pequeña y está desparramada en una región muy vasta y muy lejos de los centros más importantes de distribución. Los costes de transporte, o fletes, son exorbitantes, sobre todo en Nunavut, donde no existen caminos que conecten las comunidades del territorio con el resto de Canadá. El alto costo de los alimentos transportados al Norte hace que algunos productos estén fuera del alcance de mucha gente.
En un esfuerzo para conseguir que la comida sea más asequible, en los sesenta el gobierno federal puso en marcha el programa Northern Air Stage –más conocido como Food Mail (correo alimentario)–, que subsidia su transporte. El subsidio pasó a los comerciantes minoristas cuando el programa Nutrition North sustituyó al Food Nail, en 2011. El nuevo programa subsidia al comercio al por menor basado en el peso de determinados alimentos transportados a determinadas comunidades.
Pero el auditor general Michael Ferguson comprobó recientemente que el departamento de asuntos aborígenes no seleccionaba a las comunidades determinadas sobre la base de las necesidades. En lugar de eso, las comunidades eran elegidas según dispusieran de camino de acceso abierto todo el año y hubieran sido beneficiarias del programa Food Mail. Aquellas que hicieron poco uso del programa FM fueron seleccionadas para un subsidio solo parcial, y aquellos que no lo usaron no fueron elegibles en absoluto. “Como consecuencia de ello”, dice el auditor, “la elegibilidad está basada en el pasado y no en las necesidades actuales. Es así que, quizás haya otras comunidades norteñas aisladas que no se benefician del subsidio, cuando la cuestión es la accesibilidad a los alimentos nutritivos.”
Asuntos aborígenes le dijo al equipo de Ferguson que había tratado de ampliar el alcance del subsidio a 50 comunidades del Norte a las que llegan aviones, pero esta ampliación incrementaría el costo del programa en siete millones de dólares al año. Antes de que el auditor fuese despedido en noviembre pasado, el gobierno conservador anunció que gastaría otros 11,3 millones de dólares en el programa del año siguiente. Pero muchos habitantes de las tierras del Norte son escépticos en relación con la posibilidad real de que la totalidad del subsidio beneficie a los clientes.
Asuntos aborígenes no ha pedido a los comerciantes minoristas que den información sobre su margen de ganancia, que indicaría la repercusión en el tiempo del total del subsidio. El informe de Ferguson expresa que una medida como esta ayudaría a acabar con el escepticismo en torno a si los consumidores están consiguiendo o no todo el beneficio posible. El departamento dice ahora que para el 1 de abril próximo, los comerciantes deberán proporcionar información sobre los márgenes de ganancia: el actual y el de largo plazo.
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El costo de los alimentos ha contribuido a una palpable y creciente sensación de frustración en todo Nuvanut. El catalizador de gran parte de la angustia fue un grupo de Facebook llamado “Feeding my family” (alimentando a mi familia). La gente empezó a publicar impresionantes fotos de etiquetas de precios en las tiendas de comestibles. Luego el malestar se convirtió en protestas callejeras, una rara demostración del desafío inuit.
“Mostrar algo tan privado como la pobreza y el hecho de que tienes hambre y tu comida es algo inseguro son dos cosas muy diferentes”, nos dijo Madeleine Redfern, ex alcaldesa de Iqaluit el mes pasado en su ciudad. “Me parece que la gente está diciendo: ‘Este no es un problema que debamos esconder. No podemos seguir fingiendo que no existe’”. Con toda su rabia, Redfern dice que los que tienen hambre son inuit. “Hay desigualdad, no solo étnica sino también de clases sociales.”
En diciembre pasado, la fuerza laboral de Nunavut se mantenía en unas 14.000 personas, 9.500 de las cuales eran inuit. Pero una mirada más detenida de las estadísticas muestra que hay unas 8.500 inuit en edad laboral que no están incluidos en esa fuerza laboral, mientras que las personas no inuit que está fuera de la población activa son apenas unas 600.
El índice de participación –es decir, la cantidad de personas que tienen empleo o que lo están buscando activamente– también era mucho más baja entre los inuit. El índice de participación de los inuit era del 52,7 por ciento, mientras que entre los no inuit era del 88 por ciento.
El índice de desempleo de los inuit de Nunavut fue del 1,9 por ciento en los tres últimos meses de 2014 (los informes estadísticos del territorio dan a conocer las cifras promedio de lapsos de tres meses). En comparación, la tasa de desempleo en el resto de Canadá en diciembre fue del 6,6 por ciento.
Los últimos guarismos publicados por la oficina territorial de estadísticas muestran que las personas que en 2012 recibieron ayuda social en Nunavut fueron 14.578.
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Regresemos al abarrotado apartamento de Mablick en Iqaluit; ahí está él tomando con muy poco entusiasmo una taza de té preparado con una bolsita que para ahorrar dinero ya ha utilizado varias veces. No ha comido en una semana y recurre al té para aliviar los retorcijones del hambre. Reserva la poca comida que tiene para sus cinco hijos, que tienen entre año y medio y 11. Mabblick, que lleva una desgarrada camiseta blanca de la Asociación inuit Qikiqtani, nos dice que está sin trabajo desde octubre.
La ayuda social llega con cuentagotas, pero no alcanza para alimentar a todos en la casa, por eso Mablick se ha visto obligado a vender la mayor parte de sus cosas para poner alguna comida sobre la mesa. Desprenderse de su trineo a motor sería realmente difícil para él. “No es mucho lo que podemos vender, algunas joyas o tallas, poca cosa más”, dice. “Quiero decir, voy a mi taller, que está fuera, tallo y vendo algo, pero hace algún tiempo que ya no lo hago. Empecé a trabajar en un tablero para naipes, pero hace tanto frío que se me congelan los dedos, por eso ahora mismo no estoy tallando nada”.
Como muchas personas hambrientas en Nunavut, Mablick acude a sus amigos y familiares para conseguir comida, pero sabe que ellos tienen sus propios problemas.
El alimento tradicional de los inuit –la llamada “comida nacional”, consiste en carne de caribú (reno), foca y ballena– es una opción para resolver el problema del hambre.
Una recomendación clave de la Coalición por la Seguridad Alimentaria de Nunavut –una asociación formada por representantes del gobierno territorial, organizaciones inuit, la industria y los grupos que trabajan por la justicia social– fue animar a la gente para que vaya a cazar.
Will Hyndman, nativo de Edmonton, Alberta, abrió en Iqaluit un mercado de cazadores y tramperos y les invitó –la mayor parte de ellos tienen grandes dificultades para comprar munición y combustible– a que vendieran en la ciudad la carne que obtenían. “El objetivo real era cambiar el eje de la conversación acerca de cómo resolver el problema de la alimentación aquí en Iqaluit”, nos dijo Hyndman, con el bigote lleno de carámbanos, de pie con su perro en las heladas costas de la ensenada de Koojesse. “Cuando vas a cazar o pescar no puedes llenar el depósito de gasolina con pescado. No puedes coger tu foca y convertirla en balas, a pesar de que tradicionalmente todo proviene de los animales que tú cazas. Entonces, hacer algo que cierre el ciclo de la sostenibilidad; el mercado es una forma de hacerlo.”
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Los habitantes de Iqaluit también enfrentan la situación acudiendo al comedor de la ciudad o al banco de alimentos, cuando está abierto; dos veces por mes. Hay una clara necesidad de estos servicios. Stephen Wallick, que preside la comisión que gestiona el banco de alimentos Niqinik Nuatsivik, nos dice que empezó a funcionar en 2001, para atender a unas 30 familias. Hoy día, agrega, son más de 120 las familias que se acercan para conseguir comida y provisiones cada dos semanas.
El comedor de Iqaluit, centrado en la preparación de sopas, sirve hasta 200 platos por día; está trabajando en el límite de sus posibilidades y algunas veces los supera. “Cada dos por tres estamos en números rojos”, nos dijo la voluntaria Cathy Sawer en una visita reciente. “Los fondos que recibes llegan con retraso, y a veces puede haber gastos extras.” Por ejemplo, uno de los elementos de su cocina eléctrica se ha averiado y hará falta un electricista que lo repare. “Aquí, los precios de estos servicios son bastante altos.
Los más desesperados –como se ha visto por televisión después de que Ferguson diera a conocer su informe– incluso rebuscan restos de comida en los vertederos de basura.
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Entonces, ¿qué podemos hacer?
Tester, el historiador del Ártico, dice que el territorio necesita centrarse en las oportunidades online que puedan presentarse. “Necesitan desarrollar una economía norteña; para mí, una economía norteña debe ser online”, dice. “En otras palabras, los jóvenes está interesados en un economía basada en la web; esto es lo que tiene posibilidades reales en Nuvanut. Se ha hecho muy poco para explorar esta contingencia. En lugar de eso, están tirando decenas de millones de dólares en programas de formación para que los hombres de aquí se transformen en mineros.
El acceso a la red en Novanut es más lento y más caro que en la mayor parte del país; este es un obstáculo importante para el desarrollo de una economía basada en la web. Para llevar al Norte la Internet de alta velocidad, será necesario hacer inversiones importantes.
El gobierno federal está trabajando en un plan de cinco años y de 305 millones de dólares para llevar la banda ancha al ámbito rural y las comunidades lejanas, incluyendo 12.000 viviendas en Nunavut y la región de Nunavik, en el norte de Quebec. “La infraestructura ya existe”, dice Tester. “Lo único que hace falta es mejorarla, y eso lleva mucho tiempo.”
Otros han sugerido que el gobierno federal ponga en marcha un programa similar al de la Fundación de ayuda a los cazadores de Nunavut, que entrega aproximadamente dos millones de dólares por año a los cazadores para que compren equipo que les permita cazar, pescar y poner trampas. Un programa parecido para los inuit del norte de Quebec está completamente financiado por el Acuerdo del norte de Quebec y la bahía de James.
Nunavut Tunngavik Inc., que administra los reclamos de tierra en Nunavut, lleva adelante el programa de apoyo a los agricultores. En 2014, el programa estaba suspendido; entonces, Nunavut Tunngavik Inc. pudo emplear el resto del año para hacerle una revisión. La presidenta de Nunavut Tunngavik Inc., Cathy Towtongie nos dijo que el gobierno federal debería ayudar a sufragar el costo del equipo necesario para la caza tal como lo hace al subsidiar a los productores rurales en el resto de Canadá.
“Podríamos poner en marcha un programa. Cuando los granjeros no consiguen producir lo suficiente, reciben mucha ayuda en forma de subsidios en todo el territorio canadiense. Pero en la zona de Ártico del país, los precios de las balas, los cartuchos de caza y los trineos a motor están creciendo. Por lo tanto, salir a cazar está cada vez más caro”, nos dijo Towtongie hace poco tiempo, cuando la visitamos en su despacho de Iqaluit. “Entonces, si pudiéramos subsidiar al menos una parte del costo de la caza, como las balas, creo que tendríamos un programa diseñado para los cazadores; de este modo, ellos podrían aportar alimento no solo a su familia sino también a la comunidad.”
Nada de esto le importa mucho a Mablick, ocupado como está en la lucha diaria para encontrar la próxima comida para su familia. “Estoy seguro de que ellos están bien alimentados y de que siempre tienen algo para llevarse a la boca; ese no es mi caso, ya que estando al frente de la casa debo hacer muchos sacrificios”, dice él. “¿Qué sentido tiene sacrificar a mis hijos? Son todo lo que tengo; yo debo sacrificarme por ellos. Y eso es lo que hago.”
Fuente original: http://www.ctvnews.ca/canada/food-cost-crisis-shames-far-north-we-can-t-pretend-it-doesn-t-exist-anymore-1.2202179
Food-cost crisis shames Far North: 'We can't pretend it doesn't exist anymore'
A price tag lists the price and subsidy of a 4-litre jug of milk at a grocery store in Iqaluit, Nunavut on Dec. 8, 2014. (THE CANADIAN PRESS / Sean Kilpatrick)
Steve Rennie, The Canadian Press
Published Friday, January 23, 2015 8:17AM EST
Last Updated Friday, January 23, 2015 10:09AM EST
IQALUIT, Nunavut -- Israel Mablick opens the door of his refrigerator and takes stock of its meagre offerings.
"This is all we have for food," he says, gesturing to the mostly empty shelves.
There is a small pot of leftover seal meat on the second shelf, next to a tub of margarine and a couple of slices of bread. There's juice, a bag of milk, some water and a carton of eggs, plus condiments and a small bag of shredded cheese.
In his freezer, there are a few bags of frozen vegetables next to a carton of Chapman's ice cream. Two cereal boxes -- Corn Pops and Corn Flakes -- are the only items in one of his cupboards.
"That's all we have," Mablick says, "and there's six kids."
The 36-year-old Inuit man shares a small, two-bedroom Iqaluit apartment with his wife and their five kids, his mother, his sister and his young nephew. His is the face of hunger in Nunavut, the bare cupboards and empty fridge emblematic of a long-standing problem that even today's government programs don't address.
The federal government's $60-million food subsidy, Nutrition North, is only the latest of the proposed solutions that has stumbled under mismanagement and the enormity of the hunger problem.
Whether a solution can be found is anyone's guess. After all, food shortages are nothing new to the Inuit.
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"There's always been incidents of starvation," said Frank Tester, an Arctic historian at the University of British Columbia.
One of the worst episodes occurred in the late 1940s and early 1950s, when a shift in caribou migration patterns caused widespread starvation in the southern interior of the Kivalliq Region to the west of Hudson Bay.
The collapse of the fox fur trade after the Second World War was devastating to the Inuit, who relied on it as a source of income to buy flour, tea, sugar, hunting traps, rifles and ammunition.
"Economically, Inuit were now in really serious trouble," Tester said.
In some cases, Inuit were relocated to other parts of the North with more abundant natural resources.
"Inuit were moved around. The attitude was, 'Well, you know, what the hell? They can survive any place there's snow and caribou and foxes to be had,"' said Tester, who has studied and written about the relocations.
But such relocations proved controversial. There was a royal commission in the 1990s. Ottawa eventually agreed to pay $10 million into a trust fund to compensate the families of the Inuit who, in the 1950s, were moved 2,000 kilometres from Inukjuak in northern Quebec to what is now Resolute and Grise Fiord, the two most northerly communities in Canada
In 2010, then-aboriginal affairs minister John Duncan apologized on the government's behalf for the Inukjuak relocations.
But having Canadian civilians in an otherwise unoccupied area bolstered Canadian sovereignty at a time when other nations -- especially the United States -- were expressing increasing interest in the Arctic as a possible front in the Cold War with the Soviet Union.
To monitor the continent's northern frontier, Canada and the United States built 63 radar stations across the Arctic, stretching from Alaska to Baffin Island. The Distant Early Warning Line sites had a major impact on northern society. The stations -- and the southerners who staffed them -- were sometimes the first contact Inuit people had with the outside world.
A change in government policy in the 1950s and 1960s led to an upheaval of the traditional Inuit way of life, Tester said.
"By the mid-1950s, the government sort of saw what they thought was the handwriting on the wall," he said, "that Inuit were going to have to be modernized instead of kept in their traditional lifestyle."
Thus began the sweeping change from a traditional Inuit way of life. Having a job meant there was now pressure on Inuit workers to maintain a steady income to support their families. That made it difficult to hunt, since people now had to travel long distances from their communities to find game.
Not being able to hunt meant Inuit had to buy their own food, either from stores or local hunters.
Food has always been expensive in the North. The population is relatively small and scattered across a vast region far from the major transportation hubs. Shipping costs are exorbitant -- particularly in Nunavut, where there aren't any roads to connect the territory's communities to the rest of Canada.
The high cost of shipping food to the North put some items beyond the reach of many people.
In an effort to make food more affordable, the federal government started the Northern Air Stage Program -- better known as Food Mail -- in the 1960s to subsidize shipping costs.
The subsidy shifted to retailers when Nutrition North replaced Food Mail in 2011. The new program gives retailers a subsidy based on the weight of eligible foods shipped to eligible communities.
But auditor general Michael Ferguson recently found the Aboriginal Affairs Department did not choose eligible communities based on need. Instead, communities were chosen based on whether they had year-round road access and if they had used the old Food Mail program.
Those that made very little use of the program are only eligible for a partial subsidy, while those that did not use it aren't eligible at all.
"Consequently, community eligibility is based on past usage instead of current need," the audit says.
"As a result, there may be other isolated northern communities, not benefiting from the subsidy, where access to affordable, nutritious food may be an issue."
Aboriginal Affairs told Ferguson's team it has looked at expanding the full subsidy to around 50 fly-in northern communities, but doing so would increase the cost of the program by $7 million a year.
Before the audit was released in late November, the Conservative government announced it would spend another $11.3 million on the program over the next year.
But many northerners are skeptical that businesses are actually passing on the full subsidy to customers.
Aboriginal Affairs has not required merchants to report their profit margins, which over time would indicate whether the full subsidy is being passed on. Ferguson's report said such a measure would help quell skepticism about whether consumers are actually getting the full benefit of the subsidy.
The department now says that as of April 1, retailers will have to provide information on their current and long-term profit margins.
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The cost of food has contributed to a palpable and growing sense of frustration across Nunavut.
The catalyst for much of the angst was a Facebook group called "Feeding My Family." People started posting photos of shocking price tags in grocery stores. That grew into street protests -- a rare show of Inuit defiance.
"Bringing something as private as poverty and the fact that you're hungry and you're food insecure, that's very different," former Iqaluit mayor Madeleine Redfern said last month in Iqaluit.
"I think people are saying, 'This is not a hidden problem. We can't pretend it doesn't exist anymore."'
Overwhelmingly, Redfern said, those going hungry are Inuit. "There is a disparity -- not only ethnically, but also the social classes."
As of this past December, Nunavut's labour force stood at 14,000 people, 9,500 of whom are Inuit. But a closer look at the statistics shows some 8,500 working-age Inuit who are not part of the labour force, compared to only 600 non-Inuit people.
The participation rate -- that is, the number of people either employed or are actively looking for a job -- was also much lower among Inuit. The Inuit participation rate was 52.7 per cent, compared to 88 per cent among non-Inuit.
The unemployment rate for Inuit people in Nunavut was 17.9 per cent during the last three months of 2014 (the territory reports its statistics using a three-month moving average). By comparison, the jobless rate across the rest of Canada in December was 6.6 per cent.
The most recent figures released by the territory's statistics bureau show the number of people in Nunavut on social assistance was 14,578 in 2013.
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Back in his cramped Iqaluit apartment, Mablick sips from a mug of lukewarm tea brewed with a tea bag he has already used a few times. He reuses tea bags to save money.
He hasn't eaten in a week and he turns to tea to stave off hunger pangs. He gives what little food he has to his five children, who are between the ages of one-and-a-half and 11.
Mablick, clad in a torn white Qikiqtani Inuit Association T-shirt, says he has been out of work since October.
Social assistance trickles in, but it's not enough to feed the entire household. So Mablick has been forced to sell most of his possessions to put food on the table. Parting with his snowmobile was especially difficult, he said.
"Pretty much everything that we can sell -- jewellery or carvings, whatever," he said.
"I mean, I'll go to my shack, which is outside, I'll carve something and sell something, but it's been a while since I carved. I started working on a cribbage board but it's been so cold that my toes are freezing so I can't really carve anything right now."
Like many hungry people in Nunavut, Mablick also turns to friends and family for food, but knows they face their own struggles.
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Traditional Inuit fare -- so-called "country food" that consists of caribou, seal and whale meat -- offers one option to address the food problem.
A key recommendation of the Nunavut Food Security Coalition -- a group made up of representatives from the territorial government, Inuit organizations, industry and social justice groups -- was to encourage people to hunt.
Former Edmonton native Will Hyndman started a hunter and trapper's market in Iqaluit, and invited hunters, most of whom struggle to buy ammunition and fuel, to sell their meat in town.
"The goal was really to change the conversation about how we deal with country food here in Iqaluit," Hyndman said, icicles forming on the tips of his moustache, as he stood with his dog on the frozen shores of Koojesse Inlet.
"When you go hunting, you can't take your fish and stuff it back down your gas tank. You can't take your seal and turn it into more bullets, whereas traditionally everything came from the animals that you were hunting.
"So now we need to something else to close that loop of sustainability, and the market was one way to do that."
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People in Iqaluit also cope by turning to the city's soup kitchen or to the food bank on the two days a month that it's open.
There's clearly a demand for these services. Stephen Wallick, chairman of the board of the Niqinik Nuatsivik Food Bank, said it started out in 2001 serving about 30 families. Today, he said, as many as 120 families come looking for food and supplies every two weeks.
Iqaluit's soup kitchen, which makes enough for 200 servings a day, is also stretched to its limit -- and sometimes past it.
"It goes in the red every now and then," volunteer Cathy Sawer said during a recent visit. "Your funding sources maybe get behind, and then occasionally there's maybe extra expenses."
Case in point: Sawer said one of the elements on her stove just stopped working, so she's going to need an electrician. "Prices for that are pretty high up here."
The most desperate -- as seen in television footage that emerged after Ferguson released his report -- even forage in local dumps for scraps of food.
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So, what can be done?
Tester, the Arctic historian, said the territory needs to focus on online opportunities.
"They need to develop a northern economy, and as far as I'm concerned, a northern economy is online," he said.
"In other words, a web-based economy is what young people are interested in, and what has real possibility for Nunavut. Very little has been done to explore this and develop it. Instead, they're pouring tens of millions of dollars into training programs to turn people into miners."
Nunavut has slower, more expensive and more limited Internet access than most of the country -- a big obstacle to developing a web-based economy. Major investments need to be undertaken to bring high-speed Internet access to the North.
The federal government is spending $305 million over five years to develop Canadian broadband in rural and remote communities -- including approximately 12,000 households in Nunavut and the Nunavik region of northern Quebec.
"The basic infrastructure is there," said Tester. "It just needs to be upgraded -- big time."
Others have suggested that the federal government run a program similar to the Nunavut Hunters Income Support Trust, which provided around $2 million a year to hunters so they could buy equipment to hunt, fish and trap.
A similar program for the Inuit of northern Quebec is fully funded through the 1975 James Bay and Northern Quebec Agreement.
Nunavut Tunngavik Inc., which administers the Nunavut land claim, ran the harvesters support program. The program was shut down for 2014 so Nunavut Tunngavik could spend the rest of the year reviewing it.
Nunavut Tunngavik president Cathy Towtongie said the federal government should help offset the cost of hunting equipment in the same way it helps subsidize farmers in the rest of Canada.
"We could have a hunter support program in place. When farms do not make enough produce, farmers are given a lot of subsidies across Canada. But in Canada's Arctic, prices are rising in terms of bullets, ammunition and Ski-Doos, the equipment. So it's more costly to hunt," she said in a recent interview at her Iqaluit office
"So if we can subsidize at least some of the cost, like bullets, then I believe we should have a program that's designed for hunters, so they can provide for the community and their families."
None of this matters much to Mablick, for whom it is a daily struggle to find his family's next meal.
"I make sure that they are fed and that there's something for them to eat instead of me, because being a parent, I make more sacrifices," he says.
"What's the point of sacrificing my kids? They're my everything. I've got to sacrifice myself for them. And that's what I do."
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